El día 21 de Diciembre 2015, el Señor llamó a la eternidad a nuestra querida
HERMANA MARÍA CONCEPCIÓN OJEDA BALDOVINO
A los 81 años de edad y 60 años de vida consagrada.
El 12 de Septiembre, al celebrar nuestra fiesta titular, también hemos celebrado los 60 años de vida consagrada de nuestra hermana María Concepción, "la Conchi" como la llamábamos cariosamente. En esa ocasión ella renovó sus votos, concluyendo su compromiso con la oración: "Señor mío Jesucristo, en quien creo y en quien espero, fortaléceme en el amor, para que pueda seguir tus huellas hasta la muerte." Era la misma oración con la cual se consagró en el año 1955 y el mismo compromiso que ella vivió durante 60 años al servicio de niños y jóvenes en nuestras escuelas, colegios y en ambientes poblacionales.
Hna. M. Concepción nació el 4 de enero de 1934 en la Unión, en el sector "Cudico" en una familia muy cristiana. Sus padres la hicieron bautizar el 30 de marzo en la Parroquia de La Unión, con el nombre de Raquel. Tenía dos hermanos mayores y una hermana menor que murió temprano. Cuando tenía 4 años experimentó el primer gran dolor: murió la mamá. Gracias a Dios tenía un buen padre quien se preocupaba mucho de la formación religiosa y de la educación de sus hijos. Según nos comentó Hna. Conchi, su papá reunía a sus hijos después de la cena para cantar canciones religiosas, especialmente a la Virgen del Carmen. También le enseñó a leer a la pequeña Raquel. En su autobiografía Hna. Conchi nos cuenta:
"Después de 2 años que había muerto mi mamá, papá se caso otra vez, porque nos quiso dar otra mamá. Era de la misma familia de mi mamá. De ella recibimos 4 hermanos más. Estudié con mis hermanos en la Unión. Tomamos pensión donde una tía. El papá nos vino a ver todas las semanas o más veces. Nos traía cosas del campo para comer. Allí acudimos a la Iglesia y conocí a los Padres de los Sagrados Corazones. Mi papá me envió interna a San José, a la Escuela Normal donde conocí a las hermanas de la Santa Cruz. Ya desde la sexta preparatoria deseaba entrar al convento, pero sólo en el tercer año de la Escuela Normal pedí autorización al papá para entrar a la congregación. Temía que no me daría su consentimiento. Mi mamá y mi abuelita me apoyaban, al papá le costó aceptar mi decisión, pero después estaba muy contento. Di el paso al convento en el año 1953, presentándome en Victoria. Tuve que esperar porque era muy joven. Ya de postulante trabajé en el Colegio Sta. Cruz de Temuco. Entré al noviciado en 1954, profesé junto con las Hnas Olga Gouët, M. Romualda y Mabel Martínez en 1955."
Luego comenzó su actividad de profesora en varios lugares. Vivió la experiencia del terremoto de 1960 en Toltén, siguió en San José como directora y superiora, luego en la escuela M. Bernarda en Temuco, donde recuerda con cariño el apoyo y cercanía de los Padres y Hermanas de Maryknoll.
Al mismo tiempo estudiaba en la U. Católica de Temuco y sacó el título de profesora de Ciencias Sociales e Historia.
Después de este período de trabajo y estudio comenzó su itinerario hacia el norte desarrollando su vocación misionera: primero en Doñihue, donde trabajó en la escuela fiscal y en pastoral parroquial.
Siguió el estudio de Religión en el Instituto Catequístico en Santiago haciendo al mismo tiempo clases en el Liceo Santiago en las mañanas y en horario intermedio en una escuela fiscal en la población "Santiago", zona oeste de Santiago que estaba a cargo de Mons. Fernando Ariztía. Él la invitó a vivir con otras hermanas en una comunidad inserta en la populosa Villa Portales, siguiendo su trabajo en la misma escuela fiscal.
"En la Villa trabajamos con la comunidad cristiana que se reunió en nuestra casa, junto con los Padres Jesuitas y con un fuerte apoyo del Obispo. Después que cambiaron el obispo, Mons. Alvear nos invitó a Pudahuel a su parroquia. Era todo muy hermoso, sobre todo la cercanía y el ejemplo de esta persona tan de Dios que se preocupaba mucho de los pobladores. Monseñor Ariztía y Mons. Alvear hacían lo posible para que nosotras podamos vivir en el espíritu evangélico y nos apoyaban en todo, aún desde lejos. De la población volví al colegio de Santiago, pues me nombraron directora de la escuela Sta. Cruz por 3 años. Además trabajamos en la Parroquia Sta. Sofía e hicimos pastoral en la escuela con el movimiento MOANI y con los apoderados. Ya desde mi estadía en la escuela colaboré en la Villa 4 de Septiembre, apoyando la creación de una escuela en este lugar de ambiente muy pobre. Les dimos de comer a los niños, porque no tenían en su casa. Por algunos años he vivido en este lugar compartiendo con los pobladores. Durante el período del gobierno militar tuvimos que esconder personas que iban a matar. Todo era muy doloroso. Hicimos vigilias para que estas personas se salvaran. Muchos salieron al exilio al extranjero. De noche iba a llevar alimentos a unas personas que se tomaron unos terrenos, porque no tenían donde vivir. Estos campamentos se llamaron "Mons. Silva" y "Mons. Fresno". También les conseguimos remedios, leche etc. La escuela que fundamos era como un refugio para los que no tenían voz. Les prestamos salas a los de Derechos Humanos que se reunían periódicamente."
Toda esta actividad en favor de los pobres se interrumpió de un golpe, cuando un día el Señor la probó con la cruz de un derrame cerebral "Me ofrecí a Dios y me puse en sus manos, ya antes de que me llevaran al hospital." En el Sanatorio de San José, y luego en Betania se recuperó lentamente. Tuvo que aprender de nuevo a caminar y hablar. -
Ya relativamente recuperada, retomó su actividad misionera en Vilches visitando las casas con ayuda de niños misioneros (unos 14) y formando un grupo bíblico.
En 1991 se incorporó a la comunidad del Hogar "Cecilia B. de Widmer" de Traiguén, reforzando a las niñas en sus estudios, visitando a los enfermos del hospital y del pueblo, leyéndoles el Evangelio, visitando un club de ancianos, yendo a la cárcel, acompañando a los profesoras de EDOCH , entregándoles su cariño y su alegría de vivir.
Un nuevo accidente vascular grave la llevó otra vez a Betania, donde se recuperó contra toda esperanza. Sin embargo las secuelas la hicieron sufrir bastante. Mostraba mucha alegría y agradecimiento por las visitas de sus hermanas y de personas de Traiguén. Con el tiempo sus fuerzas iban disminuyendo cada vez más. En los últimos días la oración que hacían las hermanas con ella la confortaba mucho. -
"Doy gracias a Dios por todo lo que puede realizar en mi vida por extender su Reino aún en mi enfermedad y con mis limitaciones. Tal vez es precisamente por ellas que pueda mejor testimoniar mi fe en Jesús muerto y resucitado y mi gran devoción a la Madre de Dios, la Virgen María que me acompaña siempre. ¡A Él sea el Honor y la Gloria ahora y siempre!"
También nosotras agradecemos al Señor por su vida, su cariño, su alegría, su celo apostólico en el seguimiento del Señor, trabajando para que el Reinado de Dios se acerque. – ¡Gracias Hermana Conchi! Que descanses en paz en el Reino de tu Señor.