Teresa Tovar Samanez
Por Diario UNO el agosto 7, 2017
Los cambios son importantes tanto por los resultados que consiguen como también por los procesos que suscitan y desencadenan. En educación estos cambios han dejado siempre de lado a los maestros. Si el cambio que se persigue es la revaloración de los docentes, no se puede lograr sin escucharlos ni dialogar con ellos.
El acuerdo de la PCM y el MINEDU con los gobernadores regionales sobre el levantamiento de la huelga naufraga no solo por sus resultados parciales, sino por ser unilateral e impuesto, por no tomar en cuenta a los cientos de miles de maestros movilizados en la mayoría de regiones del país.
La mayor parte de las demandas del magisterio son más que justas. Pueden y deben ser dialogadas y negociadas. Solo una ha sido considerada por los decisores (incremento de sueldo). Las otras 4 han quedado en suspenso: el pago, sin juicio, de la deuda social por preparación de clases, la democratización de las delegaciones gremiales, y la evaluación docente con finalidad formativa. Por esto el acuerdo no ha satisfecho al movimiento magisterial. Pero, además los ha decepcionado y sublevado al invisibilizarlos de la solución.
Cuando otros deciden sobre su huelga y sus vidas, los maestros se sienten humillados y reivindican su dignidad junto con sus demandas. Lo ocurrido se asemeja en parte cuando un grupo de varones o de políticos quiere decidir sobre la vida y cuerpos de las mujeres, e incluso legislar sobre ello. En ambos casos están la marginación, la imposición y la amenaza de punición. Así mismo, en ambos, se niega el diálogo, la democracia, y se pisotea la dignidad.
Hoy se ha ensanchado aún más la distancia entre las reformas y los maestros, entre el Estado y el movimiento social. Ignorarlos y llamarlos terroristas se ha sumado a una larga historia de descalificaciones. Ya Alan García los llamó ociosos y comechados, precisamente cuando durante su 1er gobierno ocurrió la caída más brutal de los salarios docentes de los últimos 40 años. Como declaró una maestra en la Plaza San Martín: si fuéramos terroristas, Lima ahora estaría ardiendo.
No me extraña que sectores conservadores y/o gubernamentales ninguneen y etiqueten a los maestros de subversivos. Sí me sorprende que lo hagan o permanezcan en silencio quienes se dicen progresistas y hacen sendos discursos sobre la revaloración docente. En todo caso, al radicalismo insensato se le pelea la hegemonía de la mano de los maestros. No se le deja la cancha libre.