Juan Carlos Morante, SJ
Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú
"Resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad", estas son las vigorosas palabras del papa Francisco en su mensaje por la Jornada Mundial de la Paz, el cual denuncia con pasión profética el tremendo flagelo de la esclavitud y de la explotación del hombre por parte del hombre que aún persiste en el mundo contemporáneo.
El mensaje advierte que "todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud". Entre ellas: trabajadores y trabajadoras, muchos de ellos menores, cuyos derechos laborales son atropellados sistemáticamente; emigrantes despojados de sus bienes o que sufren abuso físico o sexual; personas obligadas a ejercer la prostitución, entre los que hay muchos menores; niños y adultos víctimas del tráfico de personas o secuestrados por grupos terroristas.
En la raíz de la esclavitud, nos recuerda el Papa, "se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto". Es lo que ocurre cuando el ser humano pierde de vista su condición de criatura llamada a la existencia en comunión con sus semejantes y con todos los seres de la creación. Cuando el corazón humano rompe su vinculación fundante con el Creador, deja de considerar a sus semejantes como seres de igual dignidad, ya no los ve como hermanos y hermanas en una misma humanidad, sino que comienza a tratarlos como objetos.
Junto a esta causa primera y radical, hay otras causas más próximas, donde destacan la pobreza, la exclusión, la corrupción y la violencia.
Una de las formas de esclavitud más escalofriante en la actualidad es la trata de personas. Según un informe de la Defensoría del Pueblo (2013) la trata de personas es el segundo o tercer delito más rentable después del tráfico de drogas y de armas; siendo el 91% de víctimas de trata menores de edad, niñas y adolescentes mujeres. Estas víctimas provienen, por lo general, de familias pobres, carecen de oportunidades económicas y suelen estar expuestas a diversas formas de violencia. Además, la pobreza, el alcoholismo, la disfuncionalidad familiar, el uso indebido de drogas, el abuso sexual y la violencia doméstica intensifican la vulnerabilidad de los niños y las niñas.
El fenómeno de la esclavitud nos coloca frente al sufrimiento de las víctimas y a la degradación moral de los perpetradores de estos actos de opresión y de violencia. Por eso, el Papa hace un llamado urgente para volver la mirada al sufrimiento de nuestros semejantes y tener "el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45)".
Que, al iniciar este 2015, este mensaje nos llame a convertirnos en verdaderos "artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad", en favor de una humanidad aún sedienta de libertad y esperanza.
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